Resumen de los capítulos anteriores:
Ery es una chica
tímida, a la que le cuesta hacer amigos. No ha tenido una vida fácil, su madre
pasa la gran parte del día trabajando y con su padre no habla desde que se
marchó de casa. Sus principales pilares son
Hugo y Noa. Otra de sus grandes amigas es Liss, la encargada de la
biblioteca, lugar donde Ery pasa casi todas las tardes junto a David, un chico
inteligente con el que comparte su pasión por lectura.
Como cada año, el
instituto realiza un baile de estilo americano al que acude Ery acompañando a
Noa y Hugo decide acompañar a David, ambos convertidos en pareja. En el baile
Ery conoce a un chico, Nick, con el que
se queda embobada.
La Piscina.
—No te lo
crees ni tú. Bueno, chicos—cogió su plato y sus cubiertos con pequeños restos
de chocolate—, yo tengo que irme ya. Tengo que hacer un bicho con cables que
sea capaz de levantar diez kilos.
—Eso ya
existe, se llama grúa—apostilló Hugo.
—Muy
gracioso, cariño, muy gracioso.
Noa se
dirigió hacia la barra del bar y se despidió de Jaime. Luego desapareció entre
un pequeño grupo de alumnos que hablaban sin parar.
—¿Qué
hacemos ahora, preciosa? Y no me digas leer, porque me marcho por donde he
venido, eh.
—¡Que yo no estoy todo el día leyendo!—en el fondo mi
intención era ir a la biblioteca— Podemos ir a la piscina.
—¿Para ver
a los vigoréxicos?
—Así nos
alegramos un poco la vista.
No es que
me gustasen los chicos de natación, pero era lo único que se me ocurrió. Nos
levantamos y dejamos nuestros platos en la barra. Salimos al patio por la
puerta lateral de la cafetería. Era bastante amplio, con bancos dispersos hasta
llegar a una zona de césped que supuestamente no se podía pisar. La piscina
estaba en un edificio individual un poco retirado de las clases. El equipo de
natación entrenaba casi todo el día e iban a clase por las tardes. Para
aprovechar la piscina, durante todo un trimestre de Educación Física se
imparten clases de natación obligatorias para el alumnado. Esas clases serían
más entretenidas si los monitores no fuesen los integrantes del equipo,
personas a las que no tengo mucho aprecio.
Abrimos
una pequeña puerta negra metálica que daba paso a una sala en la que podías
elegir tres direcciones; una de ellas daba a los vestuarios de chicos, la otra
al de chicas y una tercera para acceder a las gradas. Elegimos la última y tras
subir bastantes escalones, demasiados para mi gusto, llegamos a las gradas que
eran básicamente muchos asientos naranjas apilados unos encima de otros.
Nos
sentamos en la primera fila, el vapor de agua aumentaba la humedad del ambiente
hasta un punto insoportable, así que cuanto más cerca del suelo estuviéramos,
menos calor tendríamos.
Los chicos
del equipo estaban fuera del agua, hablando con el entrenador. Todos estaban
prácticamente desnudos, sólo iban cubiertos por un pequeño bañador que tapaba
lo justo. Ningún chico tenía un cuerpo normal. Todos tenían abdominales y
bíceps extremadamente marcados. Era tan artificial que resultaba repulsivo.
Aunque a Hugo no le parecía tan repulsivo.
—Te
recuerdo que tienes novio.
—Pero me
puedo divertir un poco—dijo observando cada cuerpo al detalle.
—¿De
verdad eso te alegra la vista?
—¿A ti no
te gustan? ¡Pero si parecen sacados de revista!
—Pues que
se lo queden las revistas, porque vamos…
—Bah, pero
tú siempre has sido una sosa.
Nuestra
conversación no avanzó más. No me consideraba tan sosa, simplemente no me
gustaban cosas que generalmente suelen gustar. Obviamente me fijo en el físico
de las personas, pero según mis cánones. Valoro más unos ojos bonitos que un
torso de infarto. Digamos que soy del prototipo esmirriao.
El tiempo
pasó lentamente. Ver cómo la gente nadaba era un completo aburrimiento. Acabé
jugueteando con el móvil y dándole las gracias al señor que inventó el 3G. Por
fin el reloj marcó las once, y digo marcó porque todavía no sé si hay un
término exacto para los relojes digitales. El caso es que eran las once y
podíamos irnos del instituto. Si te ibas antes de esa hora era necesario llamar
a tus padres, y no me hacía mucha gracia la idea.
Volvimos
al edificio principal, donde estaba la jefatura y di tres golpes en la puerta
del despacho que correspondía al jefe de estudios. No parecía que nadie fuese a
abrir la puerta. Segundos más tarde el pomo se giró lentamente y el despacho
quedó abierto.
—¿S-Se
puede?—pregunté con una voz temblorosa.
—Adelante—
una voz profunda y clara inundó la habitación. Procedía de un señor mayor, de
unos sesenta y pocos años. Su pelo estaba cubierto de blanco y sus claros ojos
azules se escondían tras unas gafas de montura dorada. Nos ofreció asiento con
un amable gesto mientras observaba por encima de los cristales graduados. La
habitación tenía tonos rojizos en su mayoría y desprendía un profundo olor a
papel y tinta. En la esquina había una pequeña máquina de escribir grisácea con
una hoja de papel en el rodillo medio escrita, por lo que aquella pieza de
coleccionista se seguía usando.
—Queríamos
salir del centro. Tengo entendido que antes de hacerlo había que hablar con el
jefe de estudios.
—Lo tiene
usted bien entendido, señorita. ¿A qué se debe el motivo de su salida?
—No
estamos haciendo mucho, las clases se han terminado…
—Está
bien, podéis marcharos.
—Gracias
señor.
El señor
no respondió, simplemente bajó la mirada y se centró en los informes que había
sobre la mesa. Hugo y yo nos levantamos con cuidado y salimos cerrando la
puerta intentando hacer el menor ruido posible. No había tenido la oportunidad de
conocer al jefe de estudios antes de aquél día, aunque por lo que me habían
contado esperaba un hombre mucho más sombrío. Me parecía un hombre entrañable,
y el hecho de que tuviese una máquina de escribir me gustaba.
Salimos
del recinto por la puerta principal. El día era extremadamente caluroso, el
simple hecho de andar por la calle molestaba. Empezamos a andar hacia el parque
que había visitado antes de ir a clase.
—¿A ti qué
tal te va con David?—no paraba de pensar en la conversación que tendría en unos
minutos y me estaba poniendo cada vez más nerviosa, así que cambié de tema como
pude.
—Muy bien,
es un amor de chico. Siempre está pendiente de mi, me cuida. Sabe lo que
necesito, y eso que no le pido nada, pero lo sabe sólo con mirarme. Es extraño.
—Extraño y
cursi. Muy cursi—pero me gustaba, y lo envidiaba.
—Ya, pero
lo cursi es divertido. Hasta cierto punto.
—Supongo,
aunque sabes que de este tema no entiendo mucho.
—Hasta
dentro de un rato, tú deja que hable con el chico ese—dijo sonriendo.
No dije
nada más. Por mucho que le dijese haría lo que le diese la gana, ya le conocía
bastante. Giramos tres veces a la derecha, otra a la izquierda y llegamos a la
plaza en la que vivía. El edificio más destacable del lugar era una titánica
construcción blanca que tenía la función de ayuntamiento. Justo frente a él
había una fuente rodeada de flores que cambiaban periódicamente para decorar la
plaza de distintos colores. En aquél momento estaba teñida de pensamientos
rojos. A la derecha del ayuntamiento se situaba un edificio que hacía esquina
con la plaza. En la quinta planta, estaba mi casa.
Saqué una
pequeña llave del bolsillo y abrí el portal. Un aire frío acarició mis
cabellos. Se agradecía después de la caminata a plena luz del Sol. Pulsé el
pequeño botón para que el ascensor bajase e inmediatamente cambió de color a
rojo. Medio minuto más tarde las puertas del ascensor se abrieron.
—Joder, no
recordaba tu casa tan moderna. Es una pasada—comentó Hugo al entrar—. Eso sí,
limpiarla debe ser un horror.
—De hecho,
no tanto—cogí el móvil y cuatro pulsaciones más tarde el zócalo de la pared se
deslizó para empezar a aspirar la suciedad del suelo.
—Qué
nivel. Pero la cama no se hace sola. Sufre, moderna.
Subimos a
mi habitación, que afortunadamente estaba arreglada. Hugo se tiró encima de la
cama haciendo crujir el somier mientras yo buscaba el número de teléfono.
Siempre lo pierdo todo. Necesito una agenda para
saber dónde dejo las cosas, aunque acabaría perdiéndola. Busqué
encima de la estantería. Nada. Dentro del archivador. Nada. Cuando ya no sabía
dónde buscar recordé el blog, el portátil y el cuaderno azul, que estaba al
lado. Lo puse boca abajo y empecé a zarandearlo hasta que el papel doblado cayó
en la mesa.
—Aquí
está.
Hugo ya no
estaba tumbado en la cama, sino mirando por la ventana detenidamente. Me
acerqué a él y justo en el edificio de en frente estaba el mismo chico del otro
día, pero con otra indumentaria. La diferencia es que esta vez no nos estaba
mirando a nosotros. Estaba sentado en la marquesina de la ventana, leyendo.
Hugo, que
hasta entonces había permanecido embobado, reaccionó cogiendo el papel
fugazmente. Rebuscó en mis bolsillos sin darme tiempo a reaccionar hasta
encontrar mi móvil.
—Ya que
tienes tantas ganas, podrías usar tu móvil, guapo.
—Es una
estrategia. Así guarda tu número y podéis tontear por guasap. Si es que…
Marcó el
número de teléfono a toda velocidad, pulsó la tecla de llamada y al segundo
empezaron a sonar los pitidos por el altavoz. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.
Buzón de voz. Aquello fue como una patada en el estómago. Desilusión, tal vez.
—Vamos a
intentarlo otra vez, anda—dijo Hugo.
Repitió el
proceso de antes. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Y cuando ya lo daba todo por
perdido, una voz profunda y clara salió del teléfono.
—¿Sí?
Me encanta.
ResponderEliminarSigue escribiendo, llegarás lejos.
Me he estado leyendo los anteriores capítulos y tenñian continuación, hasta que he llegado a este, tendré que esperar, espero que no mucho, es una bonita historia que va dejándote con la intriga. Sigue así.
ResponderEliminarEh. Pues a mí me ha llamado la atención el chico de la ventana que lee. Y me ha recordado a un videoclip de Taylor xDDD.
ResponderEliminarNo sé.. tal vez Nick no sea lo que espere Ery en verdad, ¿o qué?. e_é