Las olas
llegaban con calma a la orilla cargando de serenidad el ambiente. Abril se
hacía paso en el calendario poco a poco y el tiempo cada vez era más cálido,
pero todavía algunas nubes grises cubrían el cielo.
Estaba
sentada en la arena, mientras el sol se escondía tras el mar, inmersa en un océano
de tinta e ilusiones en el que mi imaginación volaba mientras mis pupilas
escrutaban las páginas del libro que tenía entre las manos. El viento mecía mis
cabellos color escarlata, pero seguía leyendo sin parar, hasta que el Sol se
ocultó por completo y la luna estaba a punto de hacer acto de presencia. Cerré el libro a regañadientes y me tumbé en
la arena para observar las nubes, que se desplazaban lentamente sobre el cielo
grisáceo. Cuando el viento comenzó a zarandear los árboles con fuerza decidí
levantarme y volver a casa, que no estaba muy lejos de donde me encontraba pero
aun así tenía que coger el autobús y el metro.
Cuando llegué mi madre no estaba. Dejé las llaves en un
pequeño mueble que estaba junto a la puerta. Subí a la segunda planta, donde
estaba mi habitación, y dejé el libro sobre la cama.
Vivía
en un piso de dos plantas situado en pleno casco histórico de Valencia. La
planta baja estaba ocupada en su mayoría por el salón, que constaba de tres
largos sofás blancos y dos pufs del mismo color, todos orientados hacia una
gran televisión de plasma que apenas se usaba. En una de las paredes había una
gran estantería repleta de libros y en la pared opuesta un ventanal cubierto
por una fina cortina de gasa blanca desde el que se podía ver el centro de
valencia. El salón estaba conectado a la cocina y a un pequeño cuarto de baño.
En una esquina del salón había una escalera de caracol que llevaba hasta la
segunda planta, donde había tres habitaciones y otros dos cuartos de baño. Mi habitación era el único lugar en el que me sentía cómoda,
después del mar. Era amplia y luminosa, pintada por mi misma con tonos blancos
y azules verdosos. Jugué con dos largos trozos de tela de gasa azul y blanca,
superponiéndolos como cortinas para que entrase una luz clara y cálida. Aquella
habitación era una prolongación del mar, era mi propia playa exenta de agua.
Me recogí el pelo con un lápiz y bajé las escaleras dando
pequeños saltos. En la cocina, preparé una ensalada y una tortilla francesa para cuando mi madre
llegase de trabajar. Era una alta ejecutiva de una empresa internacional
dedicada al comercio de productos electrónicos. Mi padre se sumió en una
completa depresión, o eso dice, cuando mi madre consiguió más éxito laboral que
él, y se dedicó a destrozar mi infancia. He de reconocer que aquello no lo
cambiaría por nada del mundo, me ha hecho más fuerte.
Por suerte se divorciaron cuando cumplí catorce años. Cuando
mi padre se fue de casa las cosas mejoraron un poco, pero el daño ya estaba
hecho, además mi madre pasaba mucho tiempo fuera de casa y apenas nos veíamos.
Ya me había hecho a la idea, lo tenía asumido y simplemente me centraba en
hacer mi vida sin depender de nada ni nadie.
Una vez terminé de cenar subí a mi habitación y me metí en la
cama con un pequeño cuaderno azul en el que día a día escribía relatos, casi
todos de amor. No dejaba que nadie leyese lo que escribía, de hecho lo escondía
debajo del colchón para que nadie lo encontrase. Desde que era pequeña amaba
todo lo relacionado con la lectura y escritura, a pesar de adorar las ciencias.
Cuando tenía diez años fui con mi madre a una antigua librería situada en un
pequeño callejón del centro de la ciudad, en la que quedé enamorada de un libro
cubierto con una importante capa de polvo en cuya portada se podía leer
“Amira”. Aquel libro cambió mi vida por completo. Trataba de una mujer
musulmana que, tras pasar diversos calvarios en su país natal, decide escapar y
huir al sitio más lejano posible en busca de la felicidad. Desde entonces ese
ha sido mi sueño, huir y ser feliz.
Al día siguiente me levanté bastante temprano, me gusta
quedarme un rato en la cama sin hacer nada. Tenía que ir a clase, y era lo
último que me apetecía hacer. Me solía sentar en última fila, intentando pasar
desapercibida, pero mis compañeros no colaboraban mucho en ese sentido.
El instituto no era un sitio desagradable, tal vez si no
perteneciese a él incluso me gustaría, pero el hecho de que tenía que acudir
unas seis horas diarias de lunes a viernes había conseguido que lo llegase a
repudiar. El instituto era privado, y de hecho algo elitista. Eso era con
diferencia lo que más odiaba de él. No soportaba el dinero, aunque sonase un
poco hipócrita, no me gustaba. Era un edificio bastante moderno, de dos plantas,
en el que había unas veinte clases, cafetería, biblioteca y dos gimnasios, uno
de ellos cubierto. La biblioteca dejaba bastante que desear, se limitaba a una
sala con dos estanterías y cuatro sillas cubiertas de espuma para hacer la
lectura un poco más cómoda.
Había una variedad importante de alumnos, desde un pequeño
grupo de empollones que dedicaban gran parte del curso a preparar una
competición estatal de robots, hasta los integrantes del equipo de natación.
Normalmente los institutos suelen tener equipos de fútbol, pero como eran
extremadamente torpes y no ganaban absolutamente nada, el director decidió
cambiarlo por el de natación y así poder conseguir alguna subvención y de paso dar
uso a una piscina abandonada que había en el gimnasio cubierto. La distribución
de las clases era un tanto extraña, por lo que a pesar de ser pocos alumnos
algunos no llegábamos a conocernos hasta que no sucedía algún acto de
obligatoria asistencia para todo el alumnado. Había ocho aulas de bachillerato,
dos estaban dedicadas a ciencias de la salud, otras tantas a ciencias sociales
y dos aulas dedicadas al bachillerato tecnológico y humanístico
respectivamente. Además había una clase de ciencias y otra de letras dedicadas
a alumnos avanzados, aunque no iban todas las horas.
Sólo había dos personas que me animaban cuando estaba
verdaderamente mal. Hugo, un chico alto y moreno que era bastante popular entre
las chicas puesto que era muy atractivo y Noa, una chica bastante peculiar.
Ambos eran capaces de sacarme una sonrisa con una simple tontería.
Cuando llegué al instituto, me dirigí al aula de Física, pero
durante el pasillo resbalé y esparcí las hojas de archivador por el suelo. Los
chicos que habían visto el pequeño accidente empezaron a reírse a carcajadas
como si fuesen niños de seis años. Me
odian, me decía a mí misma una y otra vez. Y en el fondo no estaba
equivocada. Desde que era pequeña me hacían la vida imposible sólo por ser
diferente; y el hecho de que me insultasen por algo que no podía remediar me
enfurecía. No entendía por qué era diferente a los demás. Lo único que nos
diferenciaba es que no me gustaba la fiesta, beber o liarla.
Llegué al aula con tiempo de sobra y me senté en la última fila,
al lado de la ventana. Justo a mi derecha estaba Hugo, radiante como siempre,
aunque ese día llamaba bastante más la atención por haberse puesto pequeñas
mechas azules por todo el cabello. Hugo era uno de los chicos más enigmáticos
que había visto en mi vida. No le gustaba hablar de su vida, y por lo poco que
sabíamos había tenido bastantes problemas con sus padres, y durante un tiempo
se fue a vivir con su abuela. De los tres era el más simpático, y el más
popular. Los chicos le odiaban, pero las chicas perdían el norte por su culpa.
Cosa que era bastante lógica, era alto y atractivo. A pesar de tener a todas
las chicas del instituto comiendo de su mano, hacía caso omiso a todas,
alegando que a él le gustaba ser independiente y no quería estar en una relación.
Noa estaba a su lado, vestida completamente de negro y con una
pulsera de pequeños pinchos plateados. Decían que era gótica y ella solía
mofarse de la gente que etiquetaba absolutamente todo. Fue mi primera amiga
en el instituto. Cuando llegué, tarde como de costumbre, en la clase sólo había
libre un sitio junto a ella, y poco a poco nos fuimos conociendo hasta
convertimos en mejores amigas. El primer día los profesores se asustaron al ver
su forma de vestir y de maquillarse, con una importante raya del ojo negra,
pero luego observaron que era la chica más inteligente de la clase y nunca
bajaba del sobresaliente, de hecho consiguió entrar en el instituto gracias a
sus notas, puesto que no disfrutaba de una situación económica muy favorable
como para pagar la cuota mensual. Envidiaba su capacidad para pasar de lo que
decía el mundo y seguir siendo fiel a sus principios
—Me estoy muriendo de sueño, y dudo que pueda aguantar dos
horas enteras dando física —dijo Hugo.
—Normal, a saber a qué hora te acostaste anoche —contestó Noa
mientras escribía en un cuaderno a toda velocidad.
—Pues parece ser que he dormido más que Ery —respondió
mientras me señalaba con el lápiz que tenía entre los dedos.
—Eh…perdón —dije al despertar de mi pequeño aletargamiento—. He
dormido bastante, pero últimamente no sé qué me pasa.
— ¿No será algún chico? —respondió Hugo en tono burlesco mientras
le dio un codazo a Noa, que dejó de escribir para centrarse en la conversación.
—Muy gracioso, anda, calla y atiende un poco, que el profesor debe
de estar a punto de venir y dudo que hayas estudiado algo—mientras pronuncié la
última palabra, el profesor entraba por la puerta y el aula se sumergió en un
silencio sepulcral.
Jamás he sido una chica que tuviese novio, o que muriese de amor
por algún chico. Me había creado una barrera inaccesible para protegerme y no
había dejado que ningún hombre la perpetrase.
Sólo el hecho en sí de hablar de una pareja me ruborizaba y al mismo
tiempo me enfadaba. No sabía cómo era el amor y en parte temía el hecho de
sentirme dependiente de alguien, que mi vida ya no tuviese sentido sin esa
persona y otras chorradas que había oído decir a las chicas de mi clase.
Pasaron las que fueron, tal vez, las dos horas más largas y
aburridas de toda mi vida. La física era entretenida, pero a aquellas horas de
la mañana sólo incitaban al suicidio. Afortunadamente el profesor de la
siguiente asignatura había decidido no trabajar alegando problemas personales,
así que Hugo, Noa y yo decidimos irnos a la cafetería para cotillear un rato.
La cafetería era, junto con el gimnasio, el único lugar del
instituto con vida y en el que puedes sentirte cómodo, puesto que sustituyeron
las dolorosas sillas verdes que poblaban las clases por unas más cómodas y de vivos colores. Había mesas de diversos
tamaños, las redondas eran las más amplias y eran usadas por el equipo de
natación del instituto, alrededor había pequeñas mesas para tres o cuatro
personas, que eran las que usábamos el resto de personas no populares.
Jaime era uno de los hombres más agradables que había conocido,
tendría cerca de veintidós años y era el camarero de la cafetería, siempre nos
ayudaba en todo lo que necesitásemos. Muchas veces dejaba la bandeja de lado y
se sentaba con nosotros para charlar un rato.
Nos sentamos en una de las mesas más retiradas y me dirigí a la
barra para pedir lo que desde hace dos años se había convertido en nuestro
desayuno habitual, napolitanas de chocolate
— ¿Qué tal está la chica más guapa del instituto? —dijo Jaime
esbozando una de sus amplias sonrisas.
—Qué bobo eres —le contesté ruborizada.
—Ya sabes, ser bobo es la especialidad de la casa. Ahora mismo os
llevo lo de siempre, preciosa.
—Gracias, eres un encanto.
Me guiñó un ojo y di media vuelta para dirigirme de nuevo hacia la
mesa, donde Hugo y Noa estaban cuchicheando mientras se reían. Al ver cómo se
callaban cuando me acerqué, supuse que esos cuchicheos serían sobre mí.
— ¿Me vais a contar qué es lo que os pasa hoy? —dije intentado no
parecer enfadada.
— ¿Has visto cómo te mira Jaime? —susurró Hugo.
—Me mira igual que hace dos años, sólo es simpático. Que un chico
sea amable no significa que esté enamorado ni nada por el estilo —sí que es
verdad que Jaime me trataba de forma especial frente al resto de chicas, pero
tenía cinco años más que yo, por lo que era prácticamente imposible que le
gustase. Además, de ser así tampoco serviría de nada, porque aunque fuese un
encanto de chico, no quería un chico en mi vida.
—Siempre has sido una sosa —me contestó mientras Jaime se acercaba
a la mesa y dejaba los platos y vasos sobre la mesa, junto con un par de
cubiertos, aunque lo hacía por educación, pues sabía perfectamente que nosotros
preferíamos comer con las manos y no parecer tres aristócratas comiendo un
simple pastel con cuchillo y tenedor—. Gracias Jaime. Por ahí vienen las de
segundo, os juro que no las soporto —las chicas de segundo eran casi todas
altas, rubias e iban cubiertas con una gruesa capa de maquillaje. Iban siempre
juntas, incluso al baño, y no dejaban que ninguna de las integrantes del grupo
se relacionase con otras personas que no gozasen de su popularidad. Verlas
durante un cierto tiempo resultaba repulsivo.
—Pues una de ellas, Mary, está coladita por ti. Por lo visto el
grupo ha decidido que eres lo suficientemente guapo para poder salir con una de
ellas —y es que Hugo era realmente guapo, y podía presumir de físico. No era un
chico que viviese en el gimnasio, pero le gustaba el deporte y era uno de los
mejores piragüistas del país. Además tenía unos ojos marrones que se teñían de
verde cuando abundaba la luz—. Me he enterado esta mañana, estaban tres de
ellas cotilleando en el baño y parece ser que tienen la imprudencia de hablar
demasiado alto y no comprobar que están solas.
—Pues más vale que vaya cambiando de amor platónico, porque conmigo
va a conseguir poco tirando a nada—apuntó mientras hacía un gesto de
desagrado—, además vosotras dos sois mis chicas y no os cambio por nada ni
nadie.
Aquellos
momentos eran los que hacían que mereciese la pena seguir adelante, el poder
comprobar que hay alguien que te entiende y que estará ahí para levantarte
cuando el mundo te ponga la zancadilla.
El
resto de la mañana transcurrió con normalidad, Hugo y yo coincidimos en otras
dos clases, pero no volví a ver a Noa hasta la salida. Caminamos hacia un
parque cercano al colegio, desde el cual cada uno seguía su camino en solitario
a casa.
—Podríamos
quedar esta tarde, que mañana no hay clase y echan una película polaca bastante
buena en el cine —dijo Hugo.
—Yo
no sé Ery, pero mi nivel de polaco no es muy bueno, no creo que entienda muy
bien el argumento.
—Idiotas,
está subtitulada. Lo bueno es que no habrá mucha gente en el cine, dudo que
esta película llame mucho la atención.
—Pues
nada, tendremos que ir. ¿A las ocho y media nos vemos en el cine? —dije
mientras miraba el pequeño reloj rojo que colgaba de mi muñeca.
—A
las ocho y media —contestaron al unísono.
Cuando
llegué a casa mi madre ya había preparado la comida y estaba esperándome para
almorzar. Comí rápidamente y me dirigí hacia la biblioteca, que solía ser mi
pasatiempo favorito. La biblioteca estaba situada en pleno centro de la ciudad.
Era un edificio colosal del siglo XVIII construido con enormes bloques de
piedra blanca que debido al abandono estaban cubiertos por una fina capa de
musgo y, en algunas zonas, de pintadas. Para acceder a él tenías que subir
unas escaleras de mármol blanco y atravesar un gran portón de madera. Más que
una biblioteca, parecía una iglesia. Por dentro era una gran sala húmeda con
dieciséis gruesas columnas que aportaban sujeción a la estructura. La sala
estaba repleta de estanterías que llegaban al techo y cada pasillo contaba con
una escalera móvil de madera que permitía acceder a las zonas más altas. Había
una leyenda urbana que aseguraba que en aquella biblioteca había un ejemplar de
cada libro publicado del mundo. Nadie había conseguido leerse los más de
diez mil libros que se repartían en cuatro plantas, sin sumar todos los libros
almacenados en el sótano cuyos autores eran desconocidos. Cerca de la salida
había algunas mesas rodeadas de sillas para permitir el estudio de los pocos
visitantes que tenía.
Antes
la biblioteca era el edificio por excelencia de la ciudad, pero poco a poco la
gente dejó de ir y, al igual que la gente, las subvenciones empezaron a
desaparecer lo que contrajo el abandono y el deterioro de todas las
instalaciones. Sólo un chico solía ir casi todos los días, David. Era tan
parecido a Liss que al principio pensaba que era su hermano. Era un chico alto,
rubio y con unos ojos azules que eran el vivo reflejo del mar. Siempre estaba
leyendo grandes clásicos de la literatura, mientras que yo prefería obras poco
conocidas. Alguna que otra vez habíamos intentado organizar, sin éxito, eventos
para aumentar la popularidad del lugar. Liss decía que a ella no le preocupaba
perder el trabajo porque alguien tendría que encargarse del lugar, pero temía
que la gente olvidase leer.
Liss
me guiñó un ojo cuando me vio entrar en la biblioteca y le respondí con una pequeña
mueca. Me dirigí a la misma mesa en la que estaba David, solo como de
costumbre, saqué de mi bolso un ejemplar de “La sombra del viento” de Julián
Carax y empecé a leerlo a toda velocidad hasta llegar al punto que indicaba el
final de aquella maravillosa historia. Cerré el libro y suspiré, al acabar un
libro siempre aparecían por mi mente todos los personajes que acababa de
conocer y que poco a poco se forjaban un pequeño espacio en mi corazón.
David
me sonrió y le devolví el gesto.
—
¿Debería leérmelo? —preguntó en voz baja. Aunque estábamos solos en la enorme
biblioteca, hablar mediante susurros era una tradición que no debía perderse.
Era una muestra de respeto a los miles de personajes que descansaban entre ríos
de tinta.
—Sí, es maravilloso.
—Si
es tan bueno tendré que quedarme hasta tarde leyéndolo. ¿Hoy te vas a quedar?
—No,
hoy no puedo. He quedado para ir al cine con unos amigos… —al decirle que no
podía quedarme con él leyendo hasta las tantas como había hecho en incontables
ocasiones, pude observar la decepción en su rostro— Si quieres puedes venirte.
—No
te preocupes, de verdad, creo que Liss se va a quedar y de todas formas no
quiero molestar.
—Nunca
molestas, te espero a las ocho en la puerta del cine. No vayas tarde, eh —al
decírselo sus ojos brillaron como dos luceros. Por lo que tenía entendido,
David no gozaba de una amplia vida social, y vivía por y para los libros.
Apenas hablábamos porque dedicábamos todo nuestro tiempo libre a devorar
páginas y páginas, pero habíamos compartido mucho tiempo juntos y es lo menos
que podía hacer por él. Sin darle tiempo a responder, le pasé el libro de Carax
y me dirigí hacia la puerta, no sin antes lanzarle un beso de despedida a Liss,
que estaba tras una mesa cargada de libros por catalogar.
Llegue
a casa a las seis, con tiempo suficiente para ducharme, buscar algo de ropa y
maquillarme. Tras mezclar toda la ropa del armario, que mañana tendría que
doblar y guardar nuevamente, elegí una camiseta amarilla y unos pantalones
vaqueros bastante anchos.
Después
de un pequeño concierto privado en la ducha, me vestí y di unos pequeños
retoques a mi rostro con colorete. Todavía faltaban diez minutos para la
hora acordada, y David ya estaba en la puerta. Jamás había visto a David fuera
de la biblioteca, sin sus gafas negras y el pelo alborotado; y estaba
resplandeciente. Llevaba un jersey de rayas con distintos tonos azules que
resaltaban el color de sus ojos. Nos dimos dos besos y pude comprobar que
estaba realmente nervioso.
Hugo,
con la misma indumentaria con la que fue a clase, no tardó en venir, junto con
Noa que seguía fiel a su estilo con complementos puntiagudos y colores oscuros.
—Bueno,
chicos, éste es David —los tres hicieron las pertinentes presentaciones y no
hubo inconveniente en que viniese con nosotros—. Es un amigo de la biblioteca,
y tal vez nos ayude a entender la película.
—¿Sabe
polaco? —preguntó Hugo con incredulidad.
—Sí,
mi madre nació en Polonia y mi hermano mayor se crió allí —repuso David
bastante ruborizado. Y no sólo sabía polaco, por los libros que solía leer,
dominaba a la perfección el alemán, latín, italiano y español y tenía nociones
básicas de chino mandarín. Esto último me lo dijo un día que entró un señor de
Pekín buscando un extraño libro en la biblioteca, y David fue el único que supo
encontrarlo porque entendía el título de casi todos los volúmenes que había en
dicho idioma que para Liss y para mí no eran más que garabatos.
La
película estaba a punto de empezar, así que compramos las entradas y ascendimos
por las escaleras mecánicas a las salas del cine. Como supuso Hugo no había
mucha gente, hasta aquél momento en el que el equipo de natación del instituto
aparecía tras nosotros.
Un
chico alto y corpulento dirigió un par de burlas hacia el atuendo de Noa
mientras que el resto se reía. Hugo, que estaba empezando a perder la
compostura, le dio la mano a Noa para hacerle ver que estaba a su lado pasase
lo que pasase. Hicimos caso omiso al resto de bromas que hicieron y pasados
cinco minutos nuestros caminos se separaron, ellos afortunadamente se
dirigieron a una sala en la que reproducían una famosa película de tiros y
coches. En aquél momento agradecí a Hugo el haber elegido una película que
despertaba poco interés en el público.
Aquella
se convirtió en la mejor película que había visto en mi vida. El protagonista
era un chico pudiente que es acosado por sentirse atraído por otro chico. La
presión social constante a la que estaba sometido hace que se retraiga en un
mundo virtual donde conoce a una curiosa chica con la que llega a mantener una
relación especial.
Salimos
de la sala asombrados. Aquella se convirtió en una de mis películas favoritas.
David nos contó algunas curiosidades sobre Polonia, y por un instante todas
nuestras mentes viajaron a aquel lugar.
Noa
y yo fuimos un momento al servicio, que estaba situado a la salida mientras los
chicos seguían hablando de Polonia y otros lugares que David había visitado o
estudiado.
— ¿Estás
bien? No hagas caso a lo que dicen esos incrédulos. Eres fuerte, ya lo sabes.
—No
soy tan fuerte como parezco —contestó mientras se lavaba la cara, haciendo que
numerosas gotas negras a causa del maquillaje recorriesen su rostro—. Sólo es
apariencia. Cuanto más fuerte parezca, menos daño me harán.
Aquellas
palabras arañaron lo más profundo de mi corazón. Era la primera vez que veía a
Noa hablar de sentimientos. Fue en aquél momento cuando verdaderamente la
conocí, y aquello me dejó sin palabras. Sólo pude abrazarla y acariciar su pelo
lentamente mientras notaba su respiración calmada en mi hombro.
—G-Gracias
—balbuceó tras darme un beso en la mejilla.
Le
limpié los restos de maquillaje del rostro y le mostré una de mis mejores
sonrisas, que inmediatamente calcó. Las comisuras de los labios le temblaban.
Me guiñó un ojo y salimos lentamente como si nada hubiese pasado. David y Hugo
estaban sentados en un banco cercano al baño y seguían inmersos en una fluida
conversación hasta que llegamos. Hugo se había percatado de que algo no iba
bien, por lo que cambió rápidamente de tema y desvió la conversación con
diversas bromas. Sabía cómo animar a Noa y hacer que se evadiese de sus
problemas.
La
luna llena se alzó en lo alto del atezado cielo llenando el ambiente de una
claridad nocturna poco corriente. Acompañé a Noa a casa y David hizo lo mismo
con Hugo ya que vivían bastante cerca.
Al
llegar a casa subí a mi habitación, dejé la ropa sobre el suelo y decidí
meterme en la ducha para aclarar las ideas. Jamás habría imaginado que Noa, la
impasible chica, se vendría abajo por las burlas de los engreídos nadadores;
seguramente aquello sólo habría sido la gota que colma el vaso. Probablemente
la habrían insultado y menospreciado desde que era pequeña, y desde que empezó
a vestir de negro aquello se habría acentuado hasta llegar a derrumbarla. Había
aguantado demasiado, pero llegados a cierto punto, todos nos rompemos. El
cansancio ganó la batalla y me dormí cinco minutos después de tumbarme en la
cama.
Los primeros rayos de sol entraban por la ventana y yo ya estaba
despierta, dando vueltas entre las sábanas. Aquél día no había clase, y tenía
ganas de aprovecharlo al máximo. Me puse una ancha camiseta blanca con la
bandera de reino unido y unos pantalones pitillo que Noe me había regalado
recientemente.
Salí a la calle camino hacia la biblioteca a paso acelerado. Tenía
ganas de ver otra vez a David y preguntarle cómo se lo había pasado la noche
anterior. Era un chico fantástico y no merecía estar solo, así que me propuse
unirle al grupo. Mi decepción tuvo lugar al llegar a la biblioteca y comprobar
que su sitio habitual estaba vacío. Aunque no estaba allí, decidí quedarme y
ayudar a Liss en lo que necesitase.
Estuve toda la mañana ordenando una pila de ciento cincuenta y
siete libros por orden alfabético. Habían llegado de una pequeña librería del
norte de España que había tenido que cerrar y el dueño, con afán de preservar
los libros, había decidido donarlos a la biblioteca y Liss le aportó una
cuantiosa ayuda económica.
Liss pertenecía a una familia pudiente y ella, al ser hija única,
disfrutaba de toda la herencia que sus padres le dejaron tras un desgraciado
accidente de coche. De hecho, el titánico edificio le pertenecía a ella, pero
desde que su familia lo adquirió siempre ha tenido la función de biblioteca.
Liss era una chica sencilla, se había auto asignado un pequeño sueldo con el
que vivía modestamente, sin lujos, y casi todo el dinero que disponía lo
gastaba en la adquisición de viejos ejemplares, por lo que no disponía del
suficiente capital para reparar el inmueble.
Cuando el reloj marcó las dos todavía faltaban treinta y tres
libros por ordenar, pero Liss decidió que fuésemos a comer fuera. Dejamos todo
tal y como estaba y nos dirigimos a un restaurante cercano a la biblioteca. El
camarero era un señor de unos cuarenta años, cuya cabellera empezaba a teñirse
de blanco. Nos condujo hasta la mesa con una sonrisa en el rostro y apuntó lo
que deseábamos tomar en una pequeña libreta arrugada.
—Me ha contado un pajarillo que ayer fuiste al cine con David —dijo
Liss en cuanto el camarero nos dejó a solas.
— ¿Cómo te has enterado?
—Llevo años viviendo en la biblioteca, no hay susurro que se me
escape —dijo sonriendo.
—Fuimos al cine a ver una película polaca maravillosa. De hecho, me
pregunto si estará basada en una novela.
—Cuando volvamos a la biblioteca buscaré en los archivos si hay
alguna novela polaca.
El camarero sirvió lo que habíamos pedido y la mesa quedó atestada
de deliciosos platos. Casi nunca tenía que preparar yo la comida, y aunque mi
madre cocinaba bastante bien dudo que jamás pudiese igualar la calidad de aquel
festín.
Cuando ya no quedaba la más mínima cantidad de comida sobre los
platos empecé a plantearme seriamente el llamar a urgencias, pues había
devorado cantidades inhumanas de comida y mi estómago empezaba a resentirse. Liss
pidió la cuenta y al instante el camarero apareció con una bandejita de plata
con la cantidad de dinero a pagar. Hice el amago de sacar la cartera para pagar
mi parte correspondiente, pero Liss me sonrió y puso sobre la bandeja una
pequeña tarjeta azul. El camarero salió disparado hacia la barra y volvió
pasados dos minutos con la tarjeta en la mano.
Volvimos a la biblioteca y sentado en las escaleras estaba David,
leyendo el libro que le dejé, esperando a que volviésemos. Cuando nos acercamos
dejó la lectura y nos saludó con un beso en la mejilla a cada una.
—Qué cariñoso estás hoy, quién te ha visto y quién te ve —dijo Liss
sonriendo mientras sacaba una enorme llave cubierta de óxido que abría el
portón de la biblioteca.
Accedimos de nuevo a la sala y con la ayuda de David terminé de
ordenar los libros en menos de veinte minutos. David decidió inspeccionar un
poco la segunda planta, que era exactamente igual que la primera pero con una fina
capa de polvo y volúmenes menos conocidos, así que le acompañé para ver si
descubría alguna obra interesante.
Subimos por unas escaleras de caracol hechas de mármol blanco que
parecían estar a punto de derrumbarse. En la segunda planta había un silencio
sepulcral que sólo era interrumpido por los crujidos de la madera que
conformaba las estanterías al dilatarse. David encendió un interruptor y los
alógenos del techo tintinearon progresivamente hasta encenderse por completo y
llenar la sala de luz; pues a pesar de que era de día, unas nubes grises
tiñeron el cielo de un color sombrío. Recorrimos el pasillo central observando
los miles de volúmenes que se almacenaban en aquella sala. Nos centramos en una
estantería que debía contener los ejemplares más antiguos, de hecho algunos
parecían estar a punto de desintegrarse sólo con tocarlos.
— ¿Qué tal te lo pasaste anoche? —pregunté mientras hojeaba un
libro de 1879—Muy bien, tus amigos son muy simpáticos y la película estuvo
bastante bien. Oye, Hugo me ha dicho que ya mismo es el baile de vuestro
instituto.
—Sí, es verdad —se celebraba todos los años a principios de abril,
dentro de una semana, y solía ser para los estudiantes de último curso, pero
como era un instituto con pocos alumnos nos invitaban a todos para que no
fuesen cuatro gatos—. Pero no creo que vaya este año, ya sabes que no soy de
fiestas.
— ¿Cómo no vas a ir? No seas tonta, anda. Ve y diviértete.
—Ya veré. Tengo que buscar un vestido y toda esa parafernalia que
tanto odio.
—Y acompañante, supongo —dijo mientras subía una escalera para
poder ver los volúmenes que estaban en las estanterías más altas.
—No —dije sonriendo—. Si voy acompañada, es con Noa y Hugo —tras
decirlo David soltó una risita —. ¿Qué pasa?
—No, nada. Tonterías mías —cogió un ejemplar que se encontraba en
la zona más alta, grueso y extremadamente limpio en comparación con los libros
que estaban al lado. Bajó y lo inspeccionamos con cuidado y curiosidad.
El libro narraba la historia de un edificio que había sido
adquirido a mediados del siglo XVII por una familia perteneciente a la nobleza.
El libro tenía cerca de ochocientas páginas; pero estaba incompleto, unas
doscientas estaban en blanco. Los nombres que aparecían en la historia me
resultaban muy familiares, pero no lograba recordar quiénes eran hasta que leí
fugazmente un nombre en la última página que hizo que todos aquellos recuerdos
viniesen a mi mente de golpe, Liss. Aquél libro era la historia de la
biblioteca, desde su primer poseedor hasta Liss. ¿Habría sido ella la que
habría escrito el libro? La letra era pulcra a lo largo de todas las páginas,
sin variación perceptible.
Decidimos preguntarle a la propia Liss, así que cogimos el libro y
bajamos rápidamente hacia la planta inferior. Liss estaba buscando en una gran
carpeta que contenía un listado aproximado de las obras que había en la
biblioteca.
Nos observó detenidamente al vernos correr por la biblioteca y
sonrió al ver que teníamos el libro entre las manos.
—Habéis tardado bastantes años en encontrarlo, pensaba que ya no lo
ibais a hacer —cerró la carpeta y cogió el libro de mis manos—. En este libro
está escrita la historia de la biblioteca, es decir, de mi familia. Desde que
compraron el edificio todos los bibliotecarios de mi familia han contado su
historia en las páginas de este libro. La última fue mi madre, pocos días antes
de morir. Cada bibliotecario escribe en la última página la persona que hereda
la biblioteca; generalmente la hereda el mayor de los hijos, pero debido a la
prematura muerte de mi madre mi abuelo tuvo que hacerse cargo hasta que tuve la
edad suficiente —a medida que contaba la historia sus ojos se humedecían cada
vez más, y tenía que hacer pequeñas pausas para no llorar—. Toda mi familia
tiene la misma letra, así que parece que el libro ha sido escrito por una sola
persona, pero hay veinticuatro letras distintas de veinticuatro bibliotecarios
que han vivido por y para los libros.
—Es impresionante —dijo David contemplando atónito cómo Liss pasaba
lentamente las páginas del libro acariciando cada hoja de papel amarillento.
Liss pasó el resto de la tarde leyendo el libro con una sonrisa en
el rostro y de vez en cuando una pequeña lágrima caía por sus mejillas.
David y yo decidimos irnos para dejarla sola, era su momento y
merecía privacidad.
—Si quieres podemos ir a dar una vuelta esta noche —dije mientras
caminábamos por una pequeña callejuela cercana a la biblioteca.
—Sabes que me encantaría pero —miró hacia el suelo sonrojado—…pero
tengo planes.
—Bueno —que David tuviese planes era algo que me pilló por
sorpresa, pero me alegraba por él, era un chico verdaderamente especial, y
merecía tener gente a su lado con la que divertirse—, no pasa nada, ya
quedaremos otro día.
David me acompañó hasta la puerta de mi casa, donde nos despedimos
con un pequeño beso en la mejilla. Cuando subí a mi habitación Noa estaba
tumbada en mi cama, leyendo uno de los libros que tenía en mi habitación. Como
mi madre trabajaba casi todo el día, Noa tenía una copia de las llaves de casa
para que entrase cuando quisiera, y a cambio me dio una copia de las suyas.
—Como me abandones por la rata de biblioteca vas a tener problemas
—dijo sonriendo cuando entré en la habitación. Se había regenerado como una
rosa marchita tras una noche de llovizna.
—No te vas a librar de mí tan fácilmente.
—He traído una película —dijo enseñándome una pequeña caja
rectangular con la portada de la película impresa a todo color —. Eso sí, no es
en polaco, ni hay que leer subtítulos.
Cuando lo dijo no pude evitar reírme. Hicimos palomitas y nos
quedamos en mi habitación viendo aquella película de terror en la que habían
invertido más presupuesto en comprar sangre sintética que en los sueldos de los
actores.
Mi madre llegó a casa cuando acabó la película y subió para
saludarnos. Estuvimos hablando las tres sobre el baile, Noa estaba realmente entusiasmada así que no
podía echarme atrás. Mi madre, a la que también le encantaban todo ese tipo de
festividades, decidió que iríamos el lunes a comprarnos los vestidos a Noa y a
mí.
Noa se marchó a casa y me quedé tumbada sobre la cama, escribiendo
en la pequeña libreta azul. Escribía sobre una pequeña niña, de cabellos
rizados rubios, que soñaba con poder volar. Siempre había envidiado la
capacidad de los niños para soñar con cosas imposibles y mantener la
esperanza de que se hiciesen realidad.
El ansiado baile estaba a punto de celebrarse, lo que traía el
final de curso y por consiguiente los temidos exámenes finales.
Pasé todo el domingo encerrada en mi habitación, sentada en el
escritorio repasando una y otra vez el temario de filosofía, matemáticas y
física. Sólo hacía pequeños descansos para ir al baño o buscar algún que otro dato
en internet, y ya de paso consultar el estado de las redes sociales.
El lunes fui a clase, donde estaban comenzando todos los
preparativos previos a la fiesta. Las chicas se reunían en los pasillos para
hablar sobre las parejas que llevarían, a Hugo ya le habían ofrecido cinco de
las chicas más populares del instituto que las acompañase al baile, y éste las
había rechazado.
Las clases llegaron a su fin, y Noa y yo nos dirigimos hacia mi
casa, donde nos esperaba mi madre para almorzar e ir a una tienda de ropa del
centro. La tienda era espaciosa y las paredes casi inexistentes, puesto que
estaba cubierta de grandes ventanales que llenaban la sala de luz. Noa se
acercó a un perchero repleto de largos vestidos negros mientras que yo sólo me fijé en uno; un
vestido rojo ceñido que colgaba de una percha prácticamente escondida. Lo cogí
y me metí en el probador, pasados cinco minutos salí para que Noa y mi madre
diesen su opinión. Aunque no dijeron nada, pude comprobar por cómo habían
dejado los trajes que estaban mirando para acercarse y contemplarme de cerca
que no me sentaba nada mal.
Le tocaba el turno a Noa, que había decidido quedarse con un
vestido algo más corto, de tela negra y gris que a pesar de su sobriedad hacían
que estuviese deslumbrante. Nos miramos con un gesto de aprobación, ya
estábamos listas.
Pasé el resto de la semana estudiando para los exámenes finales y
apenas tenía tiempo para comer. Sólo pude ir a la biblioteca el miércoles por
la tarde y sólo estaba Liss, que me deseó muchísima suerte. Ni rastro de David. Noa y Hugo estaban igual que yo;
incluso Hugo, que solía estudiar el día antes tuvo que ponerse las pilas y
pasar más de una tarde sentado delante de un libro.
Y llegó el viernes. Las horas de clase se hicieron eternas. Todos cuchicheaban
sobre el baile y los rezagados que todavía no tenían acompañante aprovechaban
su última oportunidad.
La fiesta comenzaba bastante temprano, sobre las seis, puesto que como
éramos menores no podíamos beber alcohol, así que todos se iban de la fiesta
entre las nueve y las diez para beber en la casa de algún alumno. Noa llegó a
mi casa a las cuatro, con su vestido dentro de una gran bolsa azul. Subimos a
mi habitación y empezamos a arreglarnos.
— ¿Hugo va a venir con nosotras? —pregunté mientras anudaba el corsé
negro de Noa hasta tal punto que llegué a temer asfixiarla.
—No, va a ir un poco más tarde. Últimamente anda algo raro, esconde
algo, ya averiguaré el qué.
Cuando el reloj marcó las cinco y media ya estábamos listas. Noa
llevaba el precioso vestido negro que ondeaba por sus rodillas y llevaba como
complementos unas pulseras de pequeños pinchos a juego con su collar. Coloreó
el contorno de sus ojos de diversos tonos azules que resaltaban el brillo de
sus ojos y combinaban con los reflejos azules que desprendía su cabello.
— ¿No se rieron el otro día bastante de mi? Pues ahora se van a cagar
—nos reímos y la abracé con todas mis fuerzas.
Me puse el vestido rojo, acompañado con unos simples zapatos del mismo
tono y con el pelo suelto, por lo que deslumbraba escarlata por todas partes.
Había decidido no maquillarme, simplemente me lavé la cara y me cepillé los
dientes. No tenía ganas de ir, y de hecho iba por compromiso. Vestido bonito y
sonrisa falsa, no iba a poner más de mi parte. Cogimos nuestros bolsos, el mío
uno bastante discreto en el que el monedero cabía a duras penas, con una
pequeña cadena plateada y el de Noa un bolso de mano negro con pequeños brillantes incrustados.
Fuimos de las primeras en llegar a la fiesta, que tenía lugar en el
gimnasio del instituto. El techo estaba cubierto por completo de globos azules
y blancos, colores del colegio por excelencia. La cancha de baloncesto se había
convertido en una inmensa y pulida pista de baile. A su alrededor habían
colocado mesas circulares con manteles blancos. Había una gran mesa
rectangular llena de comida, principalmente pasteles y diversos tipos de
bebidas. El escenario se encontraba en el fondo de la sala, no estaba muy
decorado, pues su uso se limitaba a una pequeña charla del director antes de
que comenzase la fiesta oficialmente.
Los invitados fueron llegando poco a poco. Nos permitían llevar un
acompañante aunque no perteneciese al colegio, así que todos estaban atentos a
la puerta para comentar todas las parejas que iban entrando. Cuando algún chico
del equipo llegaba al baile los susurros y grititos se esparcían por todo el
gimnasio. Noa y yo estábamos hablando con una chica de nuestra clase que había
traído a uno de sus primos, un chico bastante corpulento que acaparó los pensamientos
más impíos de casi todas las chicas presentes.
—Es gracioso, el profesor de literatura y filosofía ya han empezado a
beber. Ya te decía yo que era imposible impartir esas asignaturas estando
sobrio—comentó Ery en voz baja mientras disimulaba con una sonrisa.
—Por favor, verás tú que al final nos expulsan hasta del baile.
—No seas sosa Ery, si ahora mismo están entretenidos, seguro que ni se
coscan de que el profesor de educación física y la profesora de inglés se han
ido por la puerta trasera hace unos minutos. Juntos.
—Por favor, no quiero ni imaginar qué podría salir de ahí.
Ya habían llegado casi todos los alumnos del instituto y el director
estaba a punto de dar su aburrido discurso cuando el gimnasio se sumió en un
profundo silencio. Todos nos volvimos instintivamente hacia la puerta. Allí estaba Hugo, más guapo de lo
normal, con un elegante traje negro. Sus ojos brillaban más de lo normal,
irradiaban felicidad. Verle hacía que te sintieras feliz sin motivo aparente.
Lo que llamó la atención de todo el mundo era el hecho de que David estaba a su lado, tan guapo
como Hugo o incluso más, cogiéndole de la mano. Estaban espectaculares. La
verdad es que viniendo de Hugo no me sorprendía, jamás había querido nada con
una chica a pesar de tener decenas de pretendientes. Entraron en el gimnasio
con paso tranquilo, sin perder la sonrisa mientras todos los seguían con la
mirada. Llegaron hasta donde estábamos nosotras mientras todos los seguían con
la mirada.
—Qué callado os lo teníais —dije sonriendo. El hecho de que Hugo
tuviese novia o novio me daba exactamente igual, pero he de reconocer que
adoraba que Hugo y David fuesen pareja. Siempre había querido tener un amigo
gay—. Ahora entiendo lo raro que has estado esta semana —le susurré a David en
el oído tras ponerme de puntillas para darle un beso en la mejilla.
—Ni se os ocurra cambiar —dijo Noa aferrándose al cuello de Hugo
mientras una pequeña lágrima de emoción recorría sus mejillas—. Y a los demás,
que les den.
Aunque Noa solía decir que nos quería por igual, él era el único que
la conocía como si fuese su hermana. Hugo le dio un beso en la frente y sostuvo
su rostro entre las manos mientras borraba las lágrimas de su rostro con los
pulgares.
—No llores, que vas a estropear el maquillaje y estás preciosa.
—Qué tonto eres.
—A tu lado cualquiera es tonto, señora superdotada.
El director subió al escenario y todos fingimos prestar atención a las
palabras que inauguraban la fiesta. Hugo y David pudieron descansar por un
momento, puesto que las miradas se centraron en el director; un hombre
bajo y ancho que lucía una escasa cabellera grisácea.
—Bienvenidos un año más al baile de fin de curso. Quiero agradeceros a
todos la asistencia y espero resultar lo más breve posible. Como cada año, un
maravilloso curso nos abandona —dijo haciendo referencia a los chicos de último
curso, que rugieron de euforia—. Afortunadamente otros chicos vienen a ocupar
su lugar. Espero que la estancia en el centro haya sido…soportable, y deseo a
los nuevos alumnos muchísima suerte. Asimismo quiero agradecer al claustro de
profesores la ardua tarea que realizan día a día y a los accionistas que han
hecho realidad el sueño de poder crear un centro de libre enseñanza. Dicho
esto, que empiece el baile.
El director bajó del escenario y la música comenzó a sonar. Las
primeras parejas poblaron la pista de baile y los más vergonzosos nos apartamos
para que nadie nos invitase a salir. Un chico que jamás había visto, sería la
pareja de algún estudiante, le tendió la mano a Noa y esta accedió con una
sonrisa. Ambos se perdieron entre la multitud, que bailaba animada al ritmo de
una canción moderna que a mi sólo me producía dolor de cabeza. No entendía por
qué el colegio realizaba aquél baile que parecía salido de una película
americana de adolescentes hormonados.
Pasé cerca de media hora sin hacer nada productivo, jugueteando con el
móvil. He de conocer que era un juego extremadamente adictivo en el que tenías
que destruir unos cerdos verdes mediante el lanzamiento de distintos pájaros.
Estaba tan embobada que no me percaté de que un chico alto y rubio se había
sentado a mi lado.
—Menudo aburrimiento de noche —me dijo sonriendo—. Mi nombre es Nick.
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