¡Primer Concurso!


Poco a poco JCS se está haciendo más grande, y es hora de celebrarlo. Voy a realizar un pequeño concurso, que consta de algunos puntos:

- El premio consistirá en elegir el nombre de un personaje de JCS. Será protagonista o secundario según en la posición que quedes.

- Debes encontrar la imagen de una mariposa azul (igual que la que se encuentra en el lateral) escondida en el blog (ya sea en la sidebar, fondo, páginas, capítulos...).

- Cuando la encuentres se abrirá un formulario que debes rellenar con tus datos para que me ponga en contacto contigo, el nombre del personaje y una pregunta facilita sobre la historia.

- Se elegirá la primera solicitud recibida y cuatro más por sorteo. Dos de los personajes tendrán un papel importante en la trama y tres serán secundarios.

- Si revelas dónde está la mariposa, más gente conseguirá participar y menos probabilidad tendrás de ganar.

- Se aceptarán las solicitudes enviadas antes de las 00:00 del día 16 de Septiembre.

¡Que empiece la caza!

Capítulo 1

Todo tiene un principio.


Las olas llegaban con calma a la orilla cargando de serenidad el ambiente. Abril se hacía paso en el calendario poco a poco y el tiempo cada vez era más cálido, pero todavía algunas nubes grises cubrían el cielo.
Estaba sentada en la arena, mientras el sol se escondía tras el mar, inmersa en un océano de tinta e ilusiones en el que mi imaginación volaba mientras mis pupilas escrutaban las páginas del libro que tenía entre las manos. El viento mecía mis cabellos color escarlata, pero seguía leyendo sin parar, hasta que el Sol se ocultó por completo y la luna estaba a punto de hacer acto de presencia.  Cerré el libro a regañadientes y me tumbé en la arena para observar las nubes, que se desplazaban lentamente sobre el cielo grisáceo. Cuando el viento comenzó a zarandear los árboles con fuerza decidí levantarme y volver a casa, que no estaba muy lejos de donde me encontraba pero aun así tenía que coger el autobús y el metro.
Cuando llegué mi madre no estaba. Dejé las llaves en un pequeño mueble que estaba junto a la puerta. Subí a la segunda planta, donde estaba mi habitación, y dejé el libro sobre la cama.
Vivía en un piso de dos plantas situado en pleno casco histórico de Valencia. La planta baja estaba ocupada en su mayoría por el salón, que constaba de tres largos sofás blancos y dos pufs del mismo color, todos orientados hacia una gran televisión de plasma que apenas se usaba. En una de las paredes había una gran estantería repleta de libros y en la pared opuesta un ventanal cubierto por una fina cortina de gasa blanca desde el que se podía ver el centro de valencia. El salón estaba conectado a la cocina y a un pequeño cuarto de baño. En una esquina del salón había una escalera de caracol que llevaba hasta la segunda planta, donde había tres habitaciones y otros dos cuartos de baño. Mi habitación era el único lugar en el que me sentía cómoda, después del mar. Era amplia y luminosa, pintada por mi misma con tonos blancos y azules verdosos. Jugué con dos largos trozos de tela de gasa azul y blanca, superponiéndolos como cortinas para que entrase una luz clara y cálida. Aquella habitación era una prolongación del mar, era mi propia playa exenta de agua.
Me recogí el pelo con un lápiz y bajé las escaleras dando pequeños saltos. En la cocina, preparé una ensalada y  una tortilla francesa para cuando mi madre llegase de trabajar. Era una alta ejecutiva de una empresa internacional dedicada al comercio de productos electrónicos. Mi padre se sumió en una completa depresión, o eso dice, cuando mi madre consiguió más éxito laboral que él, y se dedicó a destrozar mi infancia. He de reconocer que aquello no lo cambiaría por nada del mundo, me ha hecho más fuerte. 
Por suerte se divorciaron cuando cumplí catorce años. Cuando mi padre se fue de casa las cosas mejoraron un poco, pero el daño ya estaba hecho, además mi madre pasaba mucho tiempo fuera de casa y apenas nos veíamos. Ya me había hecho a la idea, lo tenía asumido y simplemente me centraba en hacer mi vida sin depender de nada ni nadie.
Una vez terminé de cenar subí a mi habitación y me metí en la cama con un pequeño cuaderno azul en el que día a día escribía relatos, casi todos de amor. No dejaba que nadie leyese lo que escribía, de hecho lo escondía debajo del colchón para que nadie lo encontrase. Desde que era pequeña amaba todo lo relacionado con la lectura y escritura, a pesar de adorar las ciencias. Cuando tenía diez años fui con mi madre a una antigua librería situada en un pequeño callejón del centro de la ciudad, en la que quedé enamorada de un libro cubierto con una importante capa de polvo en cuya portada se podía leer “Amira”. Aquel libro cambió mi vida por completo. Trataba de una mujer musulmana que, tras pasar diversos calvarios en su país natal, decide escapar y huir al sitio más lejano posible en busca de la felicidad. Desde entonces ese ha sido mi sueño, huir y ser feliz.
Al día siguiente me levanté bastante temprano, me gusta quedarme un rato en la cama sin hacer nada. Tenía que ir a clase, y era lo último que me apetecía hacer. Me solía sentar en última fila, intentando pasar desapercibida, pero mis compañeros no colaboraban mucho en ese sentido.
El instituto no era un sitio desagradable, tal vez si no perteneciese a él incluso me gustaría, pero el hecho de que tenía que acudir unas seis horas diarias de lunes a viernes había conseguido que lo llegase a repudiar. El instituto era privado, y de hecho algo elitista. Eso era con diferencia lo que más odiaba de él. No soportaba el dinero, aunque sonase un poco hipócrita, no me gustaba. Era un edificio bastante moderno, de dos plantas, en el que había unas veinte clases, cafetería, biblioteca y dos gimnasios, uno de ellos cubierto. La biblioteca dejaba bastante que desear, se limitaba a una sala con dos estanterías y cuatro sillas cubiertas de espuma para hacer la lectura un poco más cómoda.
Había una variedad importante de alumnos, desde un pequeño grupo de empollones que dedicaban gran parte del curso a preparar una competición estatal de robots, hasta los integrantes del equipo de natación. Normalmente los institutos suelen tener equipos de fútbol, pero como eran extremadamente torpes y no ganaban absolutamente nada, el director decidió cambiarlo por el de natación y así poder conseguir alguna subvención y de paso dar uso a una piscina abandonada que había en el gimnasio cubierto. La distribución de las clases era un tanto extraña, por lo que a pesar de ser pocos alumnos algunos no llegábamos a conocernos hasta que no sucedía algún acto de obligatoria asistencia para todo el alumnado. Había ocho aulas de bachillerato, dos estaban dedicadas a ciencias de la salud, otras tantas a ciencias sociales y dos aulas dedicadas al bachillerato tecnológico y humanístico respectivamente. Además había una clase de ciencias y otra de letras dedicadas a alumnos avanzados, aunque no iban todas las horas.
Sólo había dos personas que me animaban cuando estaba verdaderamente mal. Hugo, un chico alto y moreno que era bastante popular entre las chicas puesto que era muy atractivo y Noa, una chica bastante peculiar. Ambos eran capaces de sacarme una sonrisa con una simple tontería.
Cuando llegué al instituto, me dirigí al aula de Física, pero durante el pasillo resbalé y esparcí las hojas de archivador por el suelo. Los chicos que habían visto el pequeño accidente empezaron a reírse a carcajadas como si fuesen niños de seis años. Me odian, me decía a mí misma una y otra vez. Y en el fondo no estaba equivocada. Desde que era pequeña me hacían la vida imposible sólo por ser diferente; y el hecho de que me insultasen por algo que no podía remediar me enfurecía. No entendía por qué era diferente a los demás. Lo único que nos diferenciaba es que no me gustaba la fiesta, beber o liarla.
Llegué al aula con tiempo de sobra y me senté en la última fila, al lado de la ventana. Justo a mi derecha estaba Hugo, radiante como siempre, aunque ese día llamaba bastante más la atención por haberse puesto pequeñas mechas azules por todo el cabello. Hugo era uno de los chicos más enigmáticos que había visto en mi vida. No le gustaba hablar de su vida, y por lo poco que sabíamos había tenido bastantes problemas con sus padres, y durante un tiempo se fue a vivir con su abuela. De los tres era el más simpático, y el más popular. Los chicos le odiaban, pero las chicas perdían el norte por su culpa. Cosa que era bastante lógica, era alto y atractivo. A pesar de tener a todas las chicas del instituto comiendo de su mano, hacía caso omiso a todas, alegando que a él le gustaba ser independiente y no quería estar en una relación.
Noa estaba a su lado, vestida completamente de negro y con una pulsera de pequeños pinchos plateados. Decían que era gótica y ella solía mofarse de la gente que etiquetaba absolutamente todo. Fue mi primera amiga en el instituto. Cuando llegué, tarde como de costumbre, en la clase sólo había libre un sitio junto a ella, y poco a poco nos fuimos conociendo hasta convertimos en mejores amigas. El primer día los profesores se asustaron al ver su forma de vestir y de maquillarse, con una importante raya del ojo negra, pero luego observaron que era la chica más inteligente de la clase y nunca bajaba del sobresaliente, de hecho consiguió entrar en el instituto gracias a sus notas, puesto que no disfrutaba de una situación económica muy favorable como para pagar la cuota mensual. Envidiaba su capacidad para pasar de lo que decía el mundo y seguir siendo fiel a sus principios
—Me estoy muriendo de sueño, y dudo que pueda aguantar dos horas enteras dando física —dijo Hugo.
—Normal, a saber a qué hora te acostaste anoche —contestó Noa mientras escribía en un cuaderno a toda velocidad.
—Pues parece ser que he dormido más que Ery —respondió mientras me señalaba con el lápiz que tenía entre los dedos.
—Eh…perdón —dije al despertar de mi pequeño aletargamiento—. He dormido bastante, pero últimamente no sé qué me pasa.
— ¿No será algún chico? —respondió Hugo en tono burlesco mientras le dio un codazo a Noa, que dejó de escribir para centrarse en la conversación.
—Muy gracioso, anda, calla y atiende un poco, que el profesor debe de estar a punto de venir y dudo que hayas estudiado algo—mientras pronuncié la última palabra, el profesor entraba por la puerta y el aula se sumergió en un silencio sepulcral.
Jamás he sido una chica que tuviese novio, o que muriese de amor por algún chico. Me había creado una barrera inaccesible para protegerme y no había dejado que ningún hombre la perpetrase.  Sólo el hecho en sí de hablar de una pareja me ruborizaba y al mismo tiempo me enfadaba. No sabía cómo era el amor y en parte temía el hecho de sentirme dependiente de alguien, que mi vida ya no tuviese sentido sin esa persona y otras chorradas que había oído decir a las chicas de mi clase.
Pasaron las que fueron, tal vez, las dos horas más largas y aburridas de toda mi vida. La física era entretenida, pero a aquellas horas de la mañana sólo incitaban al suicidio. Afortunadamente el profesor de la siguiente asignatura había decidido no trabajar alegando problemas personales, así que Hugo, Noa y yo decidimos irnos a la cafetería para cotillear un rato.
La cafetería era, junto con el gimnasio, el único lugar del instituto con vida y en el que puedes sentirte cómodo, puesto que sustituyeron las dolorosas sillas verdes que poblaban las clases por unas más cómodas  y de vivos colores. Había mesas de diversos tamaños, las redondas eran las más amplias y eran usadas por el equipo de natación del instituto, alrededor había pequeñas mesas para tres o cuatro personas, que eran las que usábamos el resto de personas no populares.
Jaime era uno de los hombres más agradables que había conocido, tendría cerca de veintidós años y era el camarero de la cafetería, siempre nos ayudaba en todo lo que necesitásemos. Muchas veces dejaba la bandeja de lado y se sentaba con nosotros para charlar un rato.
Nos sentamos en una de las mesas más retiradas y me dirigí a la barra para pedir lo que desde hace dos años se había convertido en nuestro desayuno habitual, napolitanas de chocolate  
— ¿Qué tal está la chica más guapa del instituto? —dijo Jaime esbozando una de sus amplias sonrisas.
—Qué bobo eres —le contesté ruborizada.
—Ya sabes, ser bobo es la especialidad de la casa. Ahora mismo os llevo lo de siempre, preciosa.
—Gracias, eres un encanto.
Me guiñó un ojo y di media vuelta para dirigirme de nuevo hacia la mesa, donde Hugo y Noa estaban cuchicheando mientras se reían. Al ver cómo se callaban cuando me acerqué, supuse que esos cuchicheos serían sobre mí.
— ¿Me vais a contar qué es lo que os pasa hoy? —dije intentado no parecer enfadada.
— ¿Has visto cómo te mira Jaime? —susurró Hugo.
—Me mira igual que hace dos años, sólo es simpático. Que un chico sea amable no significa que esté enamorado ni nada por el estilo —sí que es verdad que Jaime me trataba de forma especial frente al resto de chicas, pero tenía cinco años más que yo, por lo que era prácticamente imposible que le gustase. Además, de ser así tampoco serviría de nada, porque aunque fuese un encanto de chico, no quería un chico en mi vida.
—Siempre has sido una sosa —me contestó mientras Jaime se acercaba a la mesa y dejaba los platos y vasos sobre la mesa, junto con un par de cubiertos, aunque lo hacía por educación, pues sabía perfectamente que nosotros preferíamos comer con las manos y no parecer tres aristócratas comiendo un simple pastel con cuchillo y tenedor—. Gracias Jaime. Por ahí vienen las de segundo, os juro que no las soporto —las chicas de segundo eran casi todas altas, rubias e iban cubiertas con una gruesa capa de maquillaje. Iban siempre juntas, incluso al baño, y no dejaban que ninguna de las integrantes del grupo se relacionase con otras personas que no gozasen de su popularidad. Verlas durante un cierto tiempo resultaba repulsivo.
—Pues una de ellas, Mary, está coladita por ti. Por lo visto el grupo ha decidido que eres lo suficientemente guapo para poder salir con una de ellas —y es que Hugo era realmente guapo, y podía presumir de físico. No era un chico que viviese en el gimnasio, pero le gustaba el deporte y era uno de los mejores piragüistas del país. Además tenía unos ojos marrones que se teñían de verde cuando abundaba la luz—. Me he enterado esta mañana, estaban tres de ellas cotilleando en el baño y parece ser que tienen la imprudencia de hablar demasiado alto y no comprobar que están solas.
—Pues más vale que vaya cambiando de amor platónico, porque conmigo va a conseguir poco tirando a nada—apuntó mientras hacía un gesto de desagrado—, además vosotras dos sois mis chicas y no os cambio por nada ni nadie.
Aquellos momentos eran los que hacían que mereciese la pena seguir adelante, el poder comprobar que hay alguien que te entiende y que estará ahí para levantarte cuando el mundo te ponga la zancadilla.
El resto de la mañana transcurrió con normalidad, Hugo y yo coincidimos en otras dos clases, pero no volví a ver a Noa hasta la salida. Caminamos hacia un parque cercano al colegio, desde el cual cada uno seguía su camino en solitario a casa.
—Podríamos quedar esta tarde, que mañana no hay clase y echan una película polaca bastante buena en el cine —dijo Hugo.
—Yo no sé Ery, pero mi nivel de polaco no es muy bueno, no creo que entienda muy bien el argumento.
—Idiotas, está subtitulada. Lo bueno es que no habrá mucha gente en el cine, dudo que esta película llame mucho la atención.
—Pues nada, tendremos que ir. ¿A las ocho y media nos vemos en el cine? —dije mientras miraba el pequeño reloj rojo que colgaba de mi muñeca.
—A las ocho y media —contestaron al unísono.
Cuando llegué a casa mi madre ya había preparado la comida y estaba esperándome para almorzar. Comí rápidamente y me dirigí hacia la biblioteca, que solía ser mi pasatiempo favorito. La biblioteca estaba situada en pleno centro de la ciudad. Era un edificio colosal del siglo XVIII construido con enormes bloques de piedra blanca que debido al abandono estaban cubiertos por una fina capa de musgo y, en algunas zonas, de pintadas. Para acceder a él tenías que subir unas escaleras de mármol blanco y atravesar un gran portón de madera. Más que una biblioteca, parecía una iglesia. Por dentro era una gran sala húmeda con dieciséis gruesas columnas que aportaban sujeción a la estructura. La sala estaba repleta de estanterías que llegaban al techo y cada pasillo contaba con una escalera móvil de madera que permitía acceder a las zonas más altas. Había una leyenda urbana que aseguraba que en aquella biblioteca había un ejemplar de cada libro publicado del mundo. Nadie había conseguido leerse los más de diez mil libros que se repartían en cuatro plantas, sin sumar todos los libros almacenados en el sótano cuyos autores eran desconocidos. Cerca de la salida había algunas mesas rodeadas de sillas para permitir el estudio de los pocos visitantes que tenía.
Antes la biblioteca era el edificio por excelencia de la ciudad, pero poco a poco la gente dejó de ir y, al igual que la gente, las subvenciones empezaron a desaparecer lo que contrajo el abandono y el deterioro de todas las instalaciones.  Sólo un chico solía ir casi todos los días, David. Era tan parecido a Liss que al principio pensaba que era su hermano. Era un chico alto, rubio y con unos ojos azules que eran el vivo reflejo del mar. Siempre estaba leyendo grandes clásicos de la literatura, mientras que yo prefería obras poco conocidas. Alguna que otra vez habíamos intentado organizar, sin éxito, eventos para aumentar la popularidad del lugar. Liss decía que a ella no le preocupaba perder el trabajo porque alguien tendría que encargarse del lugar, pero temía que la gente olvidase leer.
Liss me guiñó un ojo cuando me vio entrar en la biblioteca y le respondí con una pequeña mueca. Me dirigí a la misma mesa en la que estaba David, solo como de costumbre, saqué de mi bolso un ejemplar de “La sombra del viento” de Julián Carax y empecé a leerlo a toda velocidad hasta llegar al punto que indicaba el final de aquella maravillosa historia. Cerré el libro y suspiré, al acabar un libro siempre aparecían por mi mente todos los personajes que acababa de conocer y que poco a poco se forjaban un pequeño espacio en mi corazón.
David me sonrió y le devolví el gesto.
— ¿Debería leérmelo? —preguntó en voz baja. Aunque estábamos solos en la enorme biblioteca, hablar mediante susurros era una tradición que no debía perderse. Era una muestra de respeto a los miles de personajes que descansaban entre ríos de tinta.
—Sí, es maravilloso.                                       
—Si es tan bueno tendré que quedarme hasta tarde leyéndolo. ¿Hoy te vas a quedar?
—No, hoy no puedo. He quedado para ir al cine con unos amigos… —al decirle que no podía quedarme con él leyendo hasta las tantas como había hecho en incontables ocasiones, pude observar la decepción en su rostro— Si quieres puedes venirte.
—No te preocupes, de verdad, creo que Liss se va a quedar y de todas formas no quiero molestar.
—Nunca molestas, te espero a las ocho en la puerta del cine. No vayas tarde, eh —al decírselo sus ojos brillaron como dos luceros. Por lo que tenía entendido, David no gozaba de una amplia vida social, y vivía por y para los libros. Apenas hablábamos porque dedicábamos todo nuestro tiempo libre a devorar páginas y páginas, pero habíamos compartido mucho tiempo juntos y es lo menos que podía hacer por él. Sin darle tiempo a responder, le pasé el libro de Carax y me dirigí hacia la puerta, no sin antes lanzarle un beso de despedida a Liss, que estaba tras una mesa cargada de libros por catalogar.
Llegue a casa a las seis, con tiempo suficiente para ducharme, buscar algo de ropa y maquillarme. Tras mezclar toda la ropa del armario, que mañana tendría que doblar y guardar nuevamente, elegí una camiseta amarilla y unos pantalones vaqueros bastante anchos.
Después de un pequeño concierto privado en la ducha, me vestí y di unos pequeños retoques a mi rostro con colorete. Todavía faltaban diez minutos para la hora acordada, y David ya estaba en la puerta. Jamás había visto a David fuera de la biblioteca, sin sus gafas negras y el pelo alborotado; y estaba resplandeciente. Llevaba un jersey de rayas con distintos tonos azules que resaltaban el color de sus ojos. Nos dimos dos besos y pude comprobar que estaba realmente nervioso.
Hugo, con la misma indumentaria con la que fue a clase, no tardó en venir, junto con Noa que seguía fiel a su estilo con complementos puntiagudos y colores oscuros.
—Bueno, chicos, éste es David —los tres hicieron las pertinentes presentaciones y no hubo inconveniente en que viniese con nosotros—. Es un amigo de la biblioteca, y tal vez nos ayude a entender la película.
—¿Sabe polaco? —preguntó Hugo con incredulidad.
—Sí, mi madre nació en Polonia y mi hermano mayor se crió allí —repuso David bastante ruborizado. Y no sólo sabía polaco, por los libros que solía leer, dominaba a la perfección el alemán, latín, italiano y español y tenía nociones básicas de chino mandarín. Esto último me lo dijo un día que entró un señor de Pekín buscando un extraño libro en la biblioteca, y David fue el único que supo encontrarlo porque entendía el título de casi todos los volúmenes que había en dicho idioma que para Liss y para mí no eran más que garabatos.
La película estaba a punto de empezar, así que compramos las entradas y ascendimos por las escaleras mecánicas a las salas del cine. Como supuso Hugo no había mucha gente, hasta aquél momento en el que el equipo de natación del instituto aparecía tras nosotros.
Un chico alto y corpulento dirigió un par de burlas hacia el atuendo de Noa mientras que el resto se reía. Hugo, que estaba empezando a perder la compostura, le dio la mano a Noa para hacerle ver que estaba a su lado pasase lo que pasase. Hicimos caso omiso al resto de bromas que hicieron y pasados cinco minutos nuestros caminos se separaron, ellos afortunadamente se dirigieron a una sala en la que reproducían una famosa película de tiros y coches. En aquél momento agradecí a Hugo el haber elegido una película que despertaba poco interés en el público.
Aquella se convirtió en la mejor película que había visto en mi vida. El protagonista era un chico pudiente que es acosado por sentirse atraído por otro chico. La presión social constante a la que estaba sometido hace que se retraiga en un mundo virtual donde conoce a una curiosa chica con la que llega a mantener una relación especial.
Salimos de la sala asombrados. Aquella se convirtió en una de mis películas favoritas. David nos contó algunas curiosidades sobre Polonia, y por un instante todas nuestras mentes viajaron a aquel lugar.
Noa y yo fuimos un momento al servicio, que estaba situado a la salida mientras los chicos seguían hablando de Polonia y otros lugares que David había visitado o estudiado.
— ¿Estás bien? No hagas caso a lo que dicen esos incrédulos. Eres fuerte, ya lo sabes.
—No soy tan fuerte como parezco —contestó mientras se lavaba la cara, haciendo que numerosas gotas negras a causa del maquillaje recorriesen su rostro—. Sólo es apariencia. Cuanto más fuerte parezca, menos daño me harán.
Aquellas palabras arañaron lo más profundo de mi corazón. Era la primera vez que veía a Noa hablar de sentimientos. Fue en aquél momento cuando verdaderamente la conocí, y aquello me dejó sin palabras. Sólo pude abrazarla y acariciar su pelo lentamente mientras notaba su respiración calmada en mi hombro.
—G-Gracias —balbuceó tras darme un beso en la mejilla.
Le limpié los restos de maquillaje del rostro y le mostré una de mis mejores sonrisas, que inmediatamente calcó. Las comisuras de los labios le temblaban. Me guiñó un ojo y salimos lentamente como si nada hubiese pasado. David y Hugo estaban sentados en un banco cercano al baño y seguían inmersos en una fluida conversación hasta que llegamos. Hugo se había percatado de que algo no iba bien, por lo que cambió rápidamente de tema y desvió la conversación con diversas bromas. Sabía cómo animar a Noa y hacer que se evadiese de sus problemas.
La luna llena se alzó en lo alto del atezado cielo llenando el ambiente de una claridad nocturna poco corriente. Acompañé a Noa a casa y David hizo lo mismo con Hugo ya que vivían bastante cerca.
Al llegar a casa subí a mi habitación, dejé la ropa sobre el suelo y decidí meterme en la ducha para aclarar las ideas. Jamás habría imaginado que Noa, la impasible chica, se vendría abajo por las burlas de los engreídos nadadores; seguramente aquello sólo habría sido la gota que colma el vaso. Probablemente la habrían insultado y menospreciado desde que era pequeña, y desde que empezó a vestir de negro aquello se habría acentuado hasta llegar a derrumbarla. Había aguantado demasiado, pero llegados a cierto punto, todos nos rompemos. El cansancio ganó la batalla y me dormí cinco minutos después de tumbarme en la cama.
Los primeros rayos de sol entraban por la ventana y yo ya estaba despierta, dando vueltas entre las sábanas. Aquél día no había clase, y tenía ganas de aprovecharlo al máximo. Me puse una ancha camiseta blanca con la bandera de reino unido y unos pantalones pitillo que Noe me había regalado recientemente.
Salí a la calle camino hacia la biblioteca a paso acelerado. Tenía ganas de ver otra vez a David y preguntarle cómo se lo había pasado la noche anterior. Era un chico fantástico y no merecía estar solo, así que me propuse unirle al grupo. Mi decepción tuvo lugar al llegar a la biblioteca y comprobar que su sitio habitual estaba vacío. Aunque no estaba allí, decidí quedarme y ayudar a Liss en lo que necesitase.
Estuve toda la mañana ordenando una pila de ciento cincuenta y siete libros por orden alfabético. Habían llegado de una pequeña librería del norte de España que había tenido que cerrar y el dueño, con afán de preservar los libros, había decidido donarlos a la biblioteca y Liss le aportó una cuantiosa ayuda económica.
Liss pertenecía a una familia pudiente y ella, al ser hija única, disfrutaba de toda la herencia que sus padres le dejaron tras un desgraciado accidente de coche. De hecho, el titánico edificio le pertenecía a ella, pero desde que su familia lo adquirió siempre ha tenido la función de biblioteca. Liss era una chica sencilla, se había auto asignado un pequeño sueldo con el que vivía modestamente, sin lujos, y casi todo el dinero que disponía lo gastaba en la adquisición de viejos ejemplares, por lo que no disponía del suficiente capital para reparar el inmueble.
Cuando el reloj marcó las dos todavía faltaban treinta y tres libros por ordenar, pero Liss decidió que fuésemos a comer fuera. Dejamos todo tal y como estaba y nos dirigimos a un restaurante cercano a la biblioteca. El camarero era un señor de unos cuarenta años, cuya cabellera empezaba a teñirse de blanco. Nos condujo hasta la mesa con una sonrisa en el rostro y apuntó lo que deseábamos tomar en una pequeña libreta arrugada.
—Me ha contado un pajarillo que ayer fuiste al cine con David —dijo Liss en cuanto el camarero nos dejó a solas.
— ¿Cómo te has enterado?
—Llevo años viviendo en la biblioteca, no hay susurro que se me escape —dijo sonriendo.
—Fuimos al cine a ver una película polaca maravillosa. De hecho, me pregunto si estará basada en una novela.
—Cuando volvamos a la biblioteca buscaré en los archivos si hay alguna novela polaca.
El camarero sirvió lo que habíamos pedido y la mesa quedó atestada de deliciosos platos. Casi nunca tenía que preparar yo la comida, y aunque mi madre cocinaba bastante bien dudo que jamás pudiese igualar la calidad de aquel festín.
Cuando ya no quedaba la más mínima cantidad de comida sobre los platos empecé a plantearme seriamente el llamar a urgencias, pues había devorado cantidades inhumanas de comida y mi estómago empezaba a resentirse. Liss pidió la cuenta y al instante el camarero apareció con una bandejita de plata con la cantidad de dinero a pagar. Hice el amago de sacar la cartera para pagar mi parte correspondiente, pero Liss me sonrió y puso sobre la bandeja una pequeña tarjeta azul. El camarero salió disparado hacia la barra y volvió pasados dos minutos con la tarjeta en la mano.
Volvimos a la biblioteca y sentado en las escaleras estaba David, leyendo el libro que le dejé, esperando a que volviésemos. Cuando nos acercamos dejó la lectura y nos saludó con un beso en la mejilla a cada una.
—Qué cariñoso estás hoy, quién te ha visto y quién te ve —dijo Liss sonriendo mientras sacaba una enorme llave cubierta de óxido que abría el portón de la biblioteca.
Accedimos de nuevo a la sala y con la ayuda de David terminé de ordenar los libros en menos de veinte minutos. David decidió inspeccionar un poco la segunda planta, que era exactamente igual que la primera pero con una fina capa de polvo y volúmenes menos conocidos, así que le acompañé para ver si descubría alguna obra interesante.
Subimos por unas escaleras de caracol hechas de mármol blanco que parecían estar a punto de derrumbarse. En la segunda planta había un silencio sepulcral que sólo era interrumpido por los crujidos de la madera que conformaba las estanterías al dilatarse. David encendió un interruptor y los alógenos del techo tintinearon progresivamente hasta encenderse por completo y llenar la sala de luz; pues a pesar de que era de día, unas nubes grises tiñeron el cielo de un color sombrío. Recorrimos el pasillo central observando los miles de volúmenes que se almacenaban en aquella sala. Nos centramos en una estantería que debía contener los ejemplares más antiguos, de hecho algunos parecían estar a punto de desintegrarse sólo con tocarlos.
— ¿Qué tal te lo pasaste anoche? —pregunté mientras hojeaba un libro de 1879—Muy bien, tus amigos son muy simpáticos y la película estuvo bastante bien. Oye, Hugo me ha dicho que ya mismo es el baile de vuestro instituto.
—Sí, es verdad —se celebraba todos los años a principios de abril, dentro de una semana, y solía ser para los estudiantes de último curso, pero como era un instituto con pocos alumnos nos invitaban a todos para que no fuesen cuatro gatos—. Pero no creo que vaya este año, ya sabes que no soy de fiestas.
— ¿Cómo no vas a ir? No seas tonta, anda. Ve y diviértete.
—Ya veré. Tengo que buscar un vestido y toda esa parafernalia que tanto odio.
—Y acompañante, supongo —dijo mientras subía una escalera para poder ver los volúmenes que estaban en las estanterías más altas.
—No —dije sonriendo—. Si voy acompañada, es con Noa y Hugo —tras decirlo David soltó una risita —. ¿Qué pasa?
—No, nada. Tonterías mías —cogió un ejemplar que se encontraba en la zona más alta, grueso y extremadamente limpio en comparación con los libros que estaban al lado. Bajó y lo inspeccionamos con cuidado y curiosidad.  
El libro narraba la historia de un edificio que había sido adquirido a mediados del siglo XVII por una familia perteneciente a la nobleza. El libro tenía cerca de ochocientas páginas; pero estaba incompleto, unas doscientas estaban en blanco. Los nombres que aparecían en la historia me resultaban muy familiares, pero no lograba recordar quiénes eran hasta que leí fugazmente un nombre en la última página que hizo que todos aquellos recuerdos viniesen a mi mente de golpe, Liss. Aquél libro era la historia de la biblioteca, desde su primer poseedor hasta Liss. ¿Habría sido ella la que habría escrito el libro? La letra era pulcra a lo largo de todas las páginas, sin variación perceptible.
Decidimos preguntarle a la propia Liss, así que cogimos el libro y bajamos rápidamente hacia la planta inferior. Liss estaba buscando en una gran carpeta que contenía un listado aproximado de las obras que había en la biblioteca.
Nos observó detenidamente al vernos correr por la biblioteca y sonrió al ver que teníamos el libro entre las manos.
—Habéis tardado bastantes años en encontrarlo, pensaba que ya no lo ibais a hacer —cerró la carpeta y cogió el libro de mis manos—. En este libro está escrita la historia de la biblioteca, es decir, de mi familia. Desde que compraron el edificio todos los bibliotecarios de mi familia han contado su historia en las páginas de este libro. La última fue mi madre, pocos días antes de morir. Cada bibliotecario escribe en la última página la persona que hereda la biblioteca; generalmente la hereda el mayor de los hijos, pero debido a la prematura muerte de mi madre mi abuelo tuvo que hacerse cargo hasta que tuve la edad suficiente —a medida que contaba la historia sus ojos se humedecían cada vez más, y tenía que hacer pequeñas pausas para no llorar—. Toda mi familia tiene la misma letra, así que parece que el libro ha sido escrito por una sola persona, pero hay veinticuatro letras distintas de veinticuatro bibliotecarios que han vivido por y para los libros.
—Es impresionante —dijo David contemplando atónito cómo Liss pasaba lentamente las páginas del libro acariciando cada hoja de papel amarillento.
Liss pasó el resto de la tarde leyendo el libro con una sonrisa en el rostro y de vez en cuando una pequeña lágrima caía por sus mejillas.
David y yo decidimos irnos para dejarla sola, era su momento y merecía privacidad.
—Si quieres podemos ir a dar una vuelta esta noche —dije mientras caminábamos por una pequeña callejuela cercana a la biblioteca.
—Sabes que me encantaría pero —miró hacia el suelo sonrojado—…pero tengo planes.
—Bueno —que David tuviese planes era algo que me pilló por sorpresa, pero me alegraba por él, era un chico verdaderamente especial, y merecía tener gente a su lado con la que divertirse—, no pasa nada, ya quedaremos otro día.
David me acompañó hasta la puerta de mi casa, donde nos despedimos con un pequeño beso en la mejilla. Cuando subí a mi habitación Noa estaba tumbada en mi cama, leyendo uno de los libros que tenía en mi habitación. Como mi madre trabajaba casi todo el día, Noa tenía una copia de las llaves de casa para que entrase cuando quisiera, y a cambio me dio una copia de las suyas.
—Como me abandones por la rata de biblioteca vas a tener problemas —dijo sonriendo cuando entré en la habitación. Se había regenerado como una rosa marchita tras una noche de llovizna.
—No te vas a librar de mí tan fácilmente.
—He traído una película —dijo enseñándome una pequeña caja rectangular con la portada de la película impresa a todo color —. Eso sí, no es en polaco, ni hay que leer subtítulos.
Cuando lo dijo no pude evitar reírme. Hicimos palomitas y nos quedamos en mi habitación viendo aquella película de terror en la que habían invertido más presupuesto en comprar sangre sintética que en los sueldos de los actores.
Mi madre llegó a casa cuando acabó la película y subió para saludarnos. Estuvimos hablando las tres sobre el baile,  Noa estaba realmente entusiasmada así que no podía echarme atrás. Mi madre, a la que también le encantaban todo ese tipo de festividades, decidió que iríamos el lunes a comprarnos los vestidos a Noa y a mí. 
Noa se marchó a casa y me quedé tumbada sobre la cama, escribiendo en la pequeña libreta azul. Escribía sobre una pequeña niña, de cabellos rizados rubios, que soñaba con poder volar. Siempre había envidiado la capacidad de los niños para soñar con cosas imposibles y mantener la esperanza  de que se hiciesen realidad.
El ansiado baile estaba a punto de celebrarse, lo que traía el final de curso y por consiguiente los temidos exámenes finales.
Pasé todo el domingo encerrada en mi habitación, sentada en el escritorio repasando una y otra vez el temario de filosofía, matemáticas y física. Sólo hacía pequeños descansos para ir al baño o buscar algún que otro dato en internet, y ya de paso consultar el estado de las redes sociales.
El lunes fui a clase, donde estaban comenzando todos los preparativos previos a la fiesta. Las chicas se reunían en los pasillos para hablar sobre las parejas que llevarían, a Hugo ya le habían ofrecido cinco de las chicas más populares del instituto que las acompañase al baile, y éste las había rechazado.
Las clases llegaron a su fin, y Noa y yo nos dirigimos hacia mi casa, donde nos esperaba mi madre para almorzar e ir a una tienda de ropa del centro. La tienda era espaciosa y las paredes casi inexistentes, puesto que estaba cubierta de grandes ventanales que llenaban la sala de luz. Noa se acercó a un perchero repleto de largos vestidos negros  mientras que yo sólo me fijé en uno; un vestido rojo ceñido que colgaba de una percha prácticamente escondida. Lo cogí y me metí en el probador, pasados cinco minutos salí para que Noa y mi madre diesen su opinión. Aunque no dijeron nada, pude comprobar por cómo habían dejado los trajes que estaban mirando para acercarse y contemplarme de cerca que no me sentaba nada mal.
Le tocaba el turno a Noa, que había decidido quedarse con un vestido algo más corto, de tela negra y gris que a pesar de su sobriedad hacían que estuviese deslumbrante. Nos miramos con un gesto de aprobación, ya estábamos listas.
Pasé el resto de la semana estudiando para los exámenes finales y apenas tenía tiempo para comer. Sólo pude ir a la biblioteca el miércoles por la tarde y sólo estaba Liss, que me deseó muchísima suerte. Ni rastro de David. Noa y Hugo estaban igual que yo; incluso Hugo, que solía estudiar el día antes tuvo que ponerse las pilas y pasar más de una tarde sentado delante de un libro.
Y llegó el viernes. Las horas de clase se hicieron eternas. Todos cuchicheaban sobre el baile y los rezagados que todavía no tenían acompañante aprovechaban su última oportunidad.
La fiesta comenzaba bastante temprano, sobre las seis, puesto que como éramos menores no podíamos beber alcohol, así que todos se iban de la fiesta entre las nueve y las diez para beber en la casa de algún alumno. Noa llegó a mi casa a las cuatro, con su vestido dentro de una gran bolsa azul. Subimos a mi habitación y empezamos a arreglarnos.
— ¿Hugo va a venir con nosotras? —pregunté mientras anudaba el corsé negro de Noa hasta tal punto que llegué a temer asfixiarla.
—No, va a ir un poco más tarde. Últimamente anda algo raro, esconde algo, ya averiguaré el qué.
Cuando el reloj marcó las cinco y media ya estábamos listas. Noa llevaba el precioso vestido negro que ondeaba por sus rodillas y llevaba como complementos unas pulseras de pequeños pinchos a juego con su collar. Coloreó el contorno de sus ojos de diversos tonos azules que resaltaban el brillo de sus ojos y combinaban con los reflejos azules que desprendía su cabello.
— ¿No se rieron el otro día bastante de mi? Pues ahora se van a cagar —nos reímos y la abracé con todas mis fuerzas.
Me puse el vestido rojo, acompañado con unos simples zapatos del mismo tono y con el pelo suelto, por lo que deslumbraba escarlata por todas partes. Había decidido no maquillarme, simplemente me lavé la cara y me cepillé los dientes. No tenía ganas de ir, y de hecho iba por compromiso. Vestido bonito y sonrisa falsa, no iba a poner más de mi parte. Cogimos nuestros bolsos, el mío uno bastante discreto en el que el monedero cabía a duras penas, con una pequeña cadena plateada y el de Noa  un bolso de mano negro con pequeños brillantes incrustados.
Fuimos de las primeras en llegar a la fiesta, que tenía lugar en el gimnasio del instituto. El techo estaba cubierto por completo de globos azules y blancos, colores del colegio por excelencia. La cancha de baloncesto se había convertido en una inmensa y pulida pista de baile. A su alrededor habían colocado mesas circulares con manteles blancos. Había una gran mesa rectangular llena de comida, principalmente pasteles y diversos tipos de bebidas. El escenario se encontraba en el fondo de la sala, no estaba muy decorado, pues su uso se limitaba a una pequeña charla del director antes de que comenzase la fiesta oficialmente.
Los invitados fueron llegando poco a poco. Nos permitían llevar un acompañante aunque no perteneciese al colegio, así que todos estaban atentos a la puerta para comentar todas las parejas que iban entrando. Cuando algún chico del equipo llegaba al baile los susurros y grititos se esparcían por todo el gimnasio. Noa y yo estábamos hablando con una chica de nuestra clase que había traído a uno de sus primos, un chico bastante corpulento que acaparó los pensamientos más impíos de casi todas las chicas presentes.
—Es gracioso, el profesor de literatura y filosofía ya han empezado a beber. Ya te decía yo que era imposible impartir esas asignaturas estando sobrio—comentó Ery en voz baja mientras disimulaba con una sonrisa.
—Por favor, verás tú que al final nos expulsan hasta del baile.
—No seas sosa Ery, si ahora mismo están entretenidos, seguro que ni se coscan de que el profesor de educación física y la profesora de inglés se han ido por la puerta trasera hace unos minutos. Juntos.
—Por favor, no quiero ni imaginar qué podría salir de ahí.
Ya habían llegado casi todos los alumnos del instituto y el director estaba a punto de dar su aburrido discurso cuando el gimnasio se sumió en un profundo silencio. Todos nos volvimos  instintivamente hacia la puerta. Allí estaba Hugo, más guapo de lo normal, con un elegante traje negro. Sus ojos brillaban más de lo normal, irradiaban felicidad. Verle hacía que te sintieras feliz sin motivo aparente. Lo que llamó la atención de todo el mundo era el hecho de  que David estaba a su lado, tan guapo como Hugo o incluso más, cogiéndole de la mano. Estaban espectaculares. La verdad es que viniendo de Hugo no me sorprendía, jamás había querido nada con una chica a pesar de tener decenas de pretendientes. Entraron en el gimnasio con paso tranquilo, sin perder la sonrisa mientras todos los seguían con la mirada. Llegaron hasta donde estábamos nosotras mientras todos los seguían con la mirada.
—Qué callado os lo teníais —dije sonriendo. El hecho de que Hugo tuviese novia o novio me daba exactamente igual, pero he de reconocer que adoraba que Hugo y David fuesen pareja. Siempre había querido tener un amigo gay—. Ahora entiendo lo raro que has estado esta semana —le susurré a David en el oído tras ponerme de puntillas para darle un beso en la mejilla.
—Ni se os ocurra cambiar —dijo Noa aferrándose al cuello de Hugo mientras una pequeña lágrima de emoción recorría sus mejillas—. Y a los demás, que les den.
Aunque Noa solía decir que nos quería por igual, él era el único que la conocía como si fuese su hermana. Hugo le dio un beso en la frente y sostuvo su rostro entre las manos mientras borraba las lágrimas de su rostro con los pulgares.
—No llores, que vas a estropear el maquillaje y estás preciosa.
—Qué tonto eres.
—A tu lado cualquiera es tonto, señora superdotada.
El director subió al escenario y todos fingimos prestar atención a las palabras que inauguraban la fiesta. Hugo y David pudieron descansar por un momento, puesto que las miradas se centraron en el director; un hombre bajo y ancho que lucía una escasa cabellera grisácea.
—Bienvenidos un año más al baile de fin de curso. Quiero agradeceros a todos la asistencia y espero resultar lo más breve posible. Como cada año, un maravilloso curso nos abandona —dijo haciendo referencia a los chicos de último curso, que rugieron de euforia—. Afortunadamente otros chicos vienen a ocupar su lugar. Espero que la estancia en el centro haya sido…soportable, y deseo a los nuevos alumnos muchísima suerte. Asimismo quiero agradecer al claustro de profesores la ardua tarea que realizan día a día y a los accionistas que han hecho realidad el sueño de poder crear un centro de libre enseñanza. Dicho esto, que empiece el baile.
El director bajó del escenario y la música comenzó a sonar. Las primeras parejas poblaron la pista de baile y los más vergonzosos nos apartamos para que nadie nos invitase a salir. Un chico que jamás había visto, sería la pareja de algún estudiante, le tendió la mano a Noa y esta accedió con una sonrisa. Ambos se perdieron entre la multitud, que bailaba animada al ritmo de una canción moderna que a mi sólo me producía dolor de cabeza. No entendía por qué el colegio realizaba aquél baile que parecía salido de una película americana de adolescentes hormonados.
Pasé cerca de media hora sin hacer nada productivo, jugueteando con el móvil. He de conocer que era un juego extremadamente adictivo en el que tenías que destruir unos cerdos verdes mediante el lanzamiento de distintos pájaros. Estaba tan embobada que no me percaté de que un chico alto y rubio se había sentado a mi lado.
—Menudo aburrimiento de noche —me dijo sonriendo—. Mi nombre es Nick.

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